LA MUERTE DE UN MAFIOSO Y EL DUELO DE LOS ALCAHUETES

FOTO: La dueña del diario Clarín Ernestina Herrera de Noble, el genocida Jorge Videla y el en ese entonces flamante dueño del fútbol argentino Julio Grondona 

La relación de Grondona con los clubes argentinos de fútbol (que ejercía desde su trono de la AFA desde que fue impuesto por la dictadura genocida cívico-militar) fue desde siempre la misma relación que existía entre el patrón de estancia y la peonada (antes de la consagración legal del estatuto del peón en 1945.


A cambio de tapera de paja y barro y comer salteado o de las sobras de los patrones, la peonada estaba sometido a prestar todo servicio 24 x 24 los 365 días del año, estaban sometidos a una verdadera servidumbre feudal bajo el garrote de los capataces (el grupo de tareas del estanciero) y hasta los hacían “votar” por los políticos que estaban al servicio de los latifundistas retirándoles las libretas de enrolamiento el día de las votaciones devolviéndoselas al final del día ya selladas.

Grondona hizo lo mismo con el fútbol argentino. Transformó a la AFA en su estancia particular, a los presidentes de los clubes en sus capataces y a los propios clubes en su peonada.

A cambio de hacer la vista gorda o (participar como socio encubierto) en las ventas fraudulentas de jugadores a través de triangulaciones ilegales, evasión de impuestos, blanqueo de dinero negro y fuga de divisas del país, los presidentes de los clubes se transformaron en alcahuetes permanentes del mandamás, cual verdadera manada de levanta manos especializados en rebuznar a cada momento el “si julio”, permitiendo durante décadas un verdedero unicato monárquico.

En la historia de Chacarita Juniors podemos encontrar como ejemplo próximo el del ex presidente del club (ese al que nadie votó, alias el triangulador serial y autoexiliado en Uruguay) que se transformó en uno de los mayores exponentes de la obsecuencia vende clubes del ferretero de Sarandí.

Solo un mal nacido puede alegrarse de la muerte de una persona. Pero la muerte de un mafioso no lo transforma al mismo en persona digna o respetable. Al funeral de los mafiosos solo concurren los de su propia banda y sus cómplices. La gente honorable y decente se queda en su casa.

Es el caso actual del fallecimiento de Grondona. Nadie se alegra de su muerte pero todo el mundo respira aliviado de no tener mas en el fútbol argentino a la mayor escoria de la historia argentina de la pelota.

Cuando moria el patron de estancia la peonada no lo lloraba (porque nada le debía salvo su obligada condición de esclavos de hecho). Si en cambio lo lloraban los capataces verdugueadores de los peones, que perdían al jefe al cual le habían prestado obediencia debida.

Así pasa también con la muerte de Grondona. Porque (salvo una minoria de resentidos sociales que festejarán su muerte mostrándose tal cual son: unos miserables morales), la gran mayoría de la sociedad argentina no se alegrará de su muerte pero tampoco nadie lo llorará.

En cambio si lloraran a moco tendido los socios ocultos del fallecido y los capataces del ferretero de Sarandi, que conforme a sus distintos niveles de obsecuencia intentarán (sin éxito obviamente) explicarnos que cuando nos rompía el culo, lo hacía por amor a nosotros. O que todo lo bueno que hay y tiene el club se lo debemos a él y a sus solícitos alcahuetes.

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