LAS ENSEÑANZAS DEL MARTES 23 DE MARZO DE 1976

Las marchas de hoy recordarán el comienzo de la larga noche de la dictadura cívico-militar en la madrugada de aquel miércoles 24 de marzo de 1976. Ya pasaron casi cuatro décadas. Muchos de los argentinos que hoy pueden leer esta nota no habían nacido entonces. Sin embargo, gran parte de ellos marcharán esta tarde.

En homenaje a los que ya no están. A los que perdieron su vida durante aquella larga noche sangrienta. A los que lucharon. A los que sufrieron. Se marchará para recordar. Para seguir reclamando para que la justicia alcance a los responsables de tanta sangre y horror. Para que aparezcan aquellos que las Abuelas y las Madres siguen buscando. Y a través del homenaje, del recuerdo, del reclamo y de los cantos que saldrán de miles de gargantas, se marchará hoy para que no vuelva a pasar. Nunca más un golpe. Ni de los duros ni de los blandos. Ni de los militares, ni del establishment, ni del mercado.

Por eso, más que hablar de esa madrugada del miércoles 24, voy a recordar el martes 23. Cuando todavía se podía frenar el nacimiento del monstruo. Y no se hizo. Porque una sociedad agobiada no veía en la democracia algo que defender.

Un martes 23 al que se llegó con un agravamiento de la situación económica, una fuerte devaluación del peso, caída de salarios reales y aumento de protestas sindicales, todo agravado por las medidas tomadas a mediados de 1975 por el entonces ministro de Economía, Celestino Rodrigo. La historia lo recuerda como "el Rodrigazo". Paralelamente, a las acciones de la guerrilla continuó la represión y violencia desatada por los grupos parapoliciales y paramilitares que firmaban sus asesinatos bajo el sello de la Triple A, la Alianza Anticomunista Argentina.

A fines de 1975, altos mandos militares y poderosos empresarios - entre ellos José Alfredo Martínez de Hoz, presidente del Consejo Empresario Argentino - comenzaron a reunirse para evaluar la posibilidad de un nuevo golpe militar. Una señal favorable a la salida golpista fue cuando en diciembre el brigadier Orlando Capellini hace un pronunciamiento golpista que no tiene eco en los demás mandos militares. Pero estos vieron que en los estratos de la clase media de la sociedad no hubo una reacción contraria a un golpe. Esta indiferencia de muchos de la clase media y la simpatía de las clases altas frente a una salida militar activó finalmente el plan que terminaría en marzo de 1976.

No importó que el 20 de febrero María Estela Martínez de Perón convocara a elecciones presidenciales anticipadas para el 12 de diciembre de ese mismo año y su declaración pública que no se iba a presentar a la reelección. La prensa en general seguía insistiendo en la necesidad de "poner orden" en el país, de cualquier manera. También el principal partido de oposición, la Unión Cívica Radical, eludió un compromiso con la democracia. "No tengo soluciones", dijo entonces el jefe de la UCR, Ricardo Balbín, cuando se lo consultó sobre una alternativa política frente al golpe militar que se avecinaba.

Ese martes 23 de marzo la suerte estaba echada. Pocas horas le quedaban al gobierno constitucional elegido en 1974. Con la presidenta en la Casa Rosada, se suceden las reuniones entre el ministro de Defensa, José Deheza, y los comandantes Jorge Videla, Eduardo Massera y Orlando Agosti. Estos niegan el inminente golpe y acuerdan un nuevo encuentro con el gobierno para la mañana del 24. Pero los militares se empiezan a movilizar bajo el pretexto de "acciones antisubversivas". En la tarde, el titular del Partido Federal, un ex militar llamado Francisco Manrique, anticipa por radio que "se acaba una historia nefasta para el país". Sin amagues, el diario La Razón titula en su edición vespertina: "Inminente final".
Así termina el día martes 23. Pasada la medianoche, Isabel Perón es detenida por los militares y estará presa durante más de seis años. Se toma la Casa de Gobierno y principales reparticiones públicas, junto a detenciones masivas. Después de las tres de la mañana, por la cadena nacional se escucha el famoso "comunicado número uno" de la Junta Militar. El golpe se había consumado.

La Argentina dejaba de ser una excepción en el Cono Sur. La democracia había llegado a su fin, como ocurría en la Bolivia de Banzer, el Brasil de Geisel, el Chile de Augusto Pinochet, el Paraguay de Alfredo Stroessner y el Uruguay de Bordaberry. Toda la región estaba bajo el yugo de los dictadores y se ponía en marcha el siniestro Plan Cóndor, bajo la atenta mirada y supervisión del gobierno de los Estados Unidos. Su "patio trasero" estaba en orden.

A apenas tres años de la recuperación de la democracia con las elecciones generales de 1973, y a menos de las elecciones presidenciales anunciadas para diciembre de 1976, otro golpe militar - con fuerte apoyo de sectores civiles pertenecientes a la clase alta y la clase media - terminaba con la democracia en la Argentina. El baño de sangre y represión desatado en la mayoría de los países de Sudamérica iba a tener un nuevo episodio. Más sangriento y brutal que los demás.

Muchos lo descubrieron tarde. Ese martes 23 de marzo de 1976 una gran parte de la sociedad, fundamentalmente la que era rabiosamente antiperonista, pensaba en una salida militar como las anteriores, como a la que nos habíamos acostumbrado. No hubo respuestas desde la política para evitar el golpe. Indiferencia, resignación o complicidad fueron las actitudes que dominaron a gran parte de la dirigencia política de entonces.
Es que la democracia no se valoraba en un país adormecido y castigado por interrupciones militares continuas. Muchos argentinos no creían que la democracia era un valor a defender, en medio de una sociedad golpeada desde lo económico, en un país sacudido por acciones guerrilleras y la represión militar y clandestinamente por la ultraderecha.

Que el tema lo solucionen los militares. Llegaban, ponían las cosas en orden y después dejaban elegir otro gobierno civil, esta vez sin esa inquietante presencia de Juan Domingo Perón.

No iba a ser así. Porque no se trataba de un golpe más. El plan incluía un baño de sangre en el país para acabar con los restos esqueléticos que quedaban de los grupos guerrilleros que combatian contra el gobierno constitucional y democrático que había votado el 62% de los argentinos y que a a esa altura se encontraban virtualmente diesmados, absolutamente desorganizados y en plena retirada, pero fundamentalmente para terminar con cualquiera que se opusiera, desde lo artístico, lo sindical, lo periodístico, desde cualquier ámbito de la sociedad, a los planes económicos y políticos que llegaban de la mano del golpe. Martínez de Hoz impuso su plan, mientras empezaban a salir los vuelos de compras de la clase media a Miami, la antesala del uno a uno privatizador de Domingo Cavallo.

Se tenía que acabar por la fuerza con cualquier oposición. Convertir las palabras de rechazo y denuncia en gritos de dolor en las mesas de tortura. A "domarlos" desde la cuna, por eso el tenebroso plan sistemático de apropiación de bebés.

El martes 23 los argentinos se fueron a dormir. En la madrugada del miércoles 24 comenzaba la larga noche y las pesadillas.

A 39 años, lejos estamos hoy de una situación similar en la que las Fuerzas Armadas puedan sacar los tanques a las calles para interrumpir el camino democrático. No hay posibilidad de militares "iluminados" que lleguen al poder con la prepotencia de los fusiles y los tanques.

Pero asoman nuevos métodos. Ahora se habla de los "golpes blandos", de los"“golpes de mercado". De un poder que, lejos de las urnas, se mantiene atento a deteriorar la construcción democrática si el gobierno de turno no atiende sus necesidades. Y ante esto la sociedad no puede mirar hacia otro lado, como muchos hicieron aquel martes 23.

Hay que empoderarse - palabra que va adquiriendo un significado poderoso - de la democracia. De los derechos democráticos. Todos los 24 de Marzo deben servir para reafirmar aquello de "nunca más" un golpe. Porque esta fecha nos ha dejado muchas enseñanzas. Tantas, como las enseñanzas del martes 23