Los
colaboradores más cercanos y fieles del fiscal declararon en sede judicial que
el plan original de Nisman era hacer coincidir la denuncia contra la Presidenta
con las elecciones de octubre, para que el tema del encubrimiento sobrevolara
los comicios.
El
misterio sobre la data de muerte del fiscal Alberto Nisman había supuestamente sepultado uno mayor: el de la
fecha original planeada para denunciar a la Presidenta de la Nación y al Canciller
por el presunto delito de encubrimiento por la firma del Memorándum de
Entendimiento con Irán.
Sin
embargo el plan original del fiscal Nisman era lanzar la denuncia contra la
Presidenta y el canciller en el mes de octubre próximo, lo que hubiera
significado un escándalo político y mediático de proporciones mucho mayores y
con mucho menor margen para ser desmentido, en el contexto de las elecciones
generales convocadas para ese mes.
Los
colaboradores más cercanos del fiscal Nisman - que participaron en la
elaboración de la disparatada denuncia que ya fue desestimada por el juez
Daniel Rafecas y por la Sala I de la Cámara Federal -, han declarado ante la
fiscal Viviana Fein que el plan original de Nisman era lanzar su denuncia en
octubre, lo que hubiese obligado a los argentinos a acudir al cuarto escuro
acompañados del fantasma del encubrimiento, ya que la Justicia no hubiera
podido expedirse antes de los comicios.
Ninguno
de los declarantes pudo explicar por qué Nisman pretendía hacer coincidir su
denuncia con las elecciones, pero el sentido común indica que la decisión está
vinculada a sus oscuros nexos con los fondos buitre de Paul Singer.
Más
allá del testimonio de sus colaboradores de mayor confianza, el propio Nisman
admite en el mensaje de WhatsApp que mandó a sus amigos previo a emprender su
aventurada denuncia contra la Presidenta, que ésta estaba pensada para más
adelante, pero que debió adelantar la jugada.
Allí
escribe: “A veces, en la vida los momentos no se eligen. Simplemente las
cosas suceden. Y eso es por algo. Esto que voy a hacer ahora igual iba a
ocurrir. Ya estaba decidido. Hace tiempo que me vengo preparando para esto,
pero no lo imaginaba tan pronto. Sería largo de explicar ahora… Me juego mucho
en esto. Todo, diría. Pero siempre tomé decisiones. Y hoy no va a ser la excepción.
Y lo hago convencido. Sé que no va a ser fácil, todo lo contrario…”
La
cuenta regresiva para la maniobra de Nisman comenzó sorpresivamente el 17 de
diciembre pasado, cuando la Presidenta decidió el relevo de Héctor Icazuriaga,
Francisco Larcher y Jaime Stiuso de la cúpula de la ex Side, que desde hacía
tiempo venía operando como una quinta columna contra el Gobierno.
Nisman
comprendió entonces que la caída de Jaime Stiuso lo arrastraría a él que se
definía como un incondicional del espía. Si quería preservarse en el cargo
debía actuar y pronto.
La
feria judicial le brindó la ventana de oportunidad que necesitaba: por una
parte, debía realizar el viaje a Europa para festejar el cumpleaños de 15 de su
hija; por la otra, ni el juez de la causa AMIA, Rodolfo Canicoba Corral, ni la
Procuradora, Alejandra Gils Carbó, iban a pedir su apartamiento antes de que
concluyese la feria. Pero tampoco podrían hacerlo después de que echara a rodar
su denuncia.
Los
documentos de WikiLeaks que muestran a Nisman informando por anticipado a la
embajada de EE.UU. e Israel sobre cada medida que pensaba tomar, han hecho
suponer a varios investigadores que lo que precipitó la denuncia del fiscal
contra la Presidenta fue la necesidad de Israel de torpedear el acuerdo nuclear
entre Irán y EE.UU.
Sin
embargo, no fueron los estrechos vínculos del fiscal con la CIA y el Mossad los
que le impidieron a lo largo de una década avanzar en cualquier aspecto de la
conexión local: no rastreó la procedencia del explosivo ni los detonadores, no
localizó ninguna de las casas operativas utilizadas por las células
terroristas, no averiguó nada sobre el derrotero de la camioneta Trafic señuelo
(de mentirita) durante las 48 horas previas al atentado ni quiso indagar por
qué hay decenas de testimonios en la causa que afirman que la noche previa al atentado vieron un
helicóptero de la Policía Federal sobrevolando la zona con reflectores,
presumiblemente buscando la Trafic trucha.
Además de limitarse a reclamar burocráticamente, una vez al año, el
entrecruzamiento de teléfonos del año previo y posterior al atentado, Nisman
nunca quiso tomar muestras genéticas de los familiares de las víctimas y recién
a fines del año pasado se convocó al prestigioso Equipo Argentino de
Antropología Forense (EAAF) para identificar los restos humanos que no
pertenecen a las 85 víctimas conocidas y que durante 20 años permanecieron
guardados en enormes bolsas.
Ni a
la CIA ni al Mossad le hubiese molestado que Nisman hubiese despejado
cualquiera de estas incógnitas. Todo lo contrario: seguramente lo hubiesen
premiado. Si no lo hizo es por una sola razón: porque cualquiera de estas
investigaciones conduciría necesariamente a revelar la connivencia de la SIDE
con los terroristas antes, durante y después del atentado.
A
esta altura, es más que evidente que el interés de Nisman no estaba en
esclarecer la causa AMIA, sino en utilizar el tema del Memorándum como un
ariete político y mediático para perjudicar al Gobierno, autopreservarse y, al
mismo tiempo, dinamitar la causa para terminar de sepultar la cadena de
encubrimientos.
En
un frenético intercambio de mensajes de texto, vía WhatsApp y llamados
telefónicos con la diputada macrista Patricia Bullrich, Nisman le advierte que
cuando compareciera ante Diputados no tendría otra cosa para decir que lo que
ya había dicho en el programa A dos voces de TN: “Tiene que ser reservada
porque si no, no puedo hablar, voy a decir lo mismo que en TN y no va a parecer
serio”, le escribió el asediado fiscal a la diligente Bullrich.
El
venerado Jaime Stiuso, por quien Nisman profesaba una admiración a prueba de
balas, le había prometido munición gruesa que dejaría fuera de combate al
Gobierno y lo preservaría en su cargo hasta el fin del mandato de Cristina
Fernández de Kirchner, pero ahora el espía que lo tenía identificado en su
teléfono como “Ministro”, no atendía sus desesperados llamados porque -mientras
el tema ardía en los portales-, Stiusso había colocado su celular en vibrador.
En
lugar de una bala de plata o de un miserable As en la manga que hiciera
mínimamente creíble su vacia denuncia, Nisman sólo tenía a mano una vetusta
pistola Bersa, calibre 22.
