El 20
de mayo de 1998 se suicidó Alfredo Yabrán. Hay algunas similitudes pero, sobre
todo, diferencias notables entre aquel episodio y el de la muerte de Alberto
Nisman.
Reparar en ambos aspectos puede ser un buen conducto analítico para
evaluar las circunstancias actuales y permitirse después ciertas preguntas o
afirmaciones que, además de interpelar a sectores políticos y judiciales, lo
hagan con nosotros mismos. La sociedad no es un todo homogéneo, desde ya. Estamos
hablando de la sociedad interesada en el tema o de la que se manifiesta como
tal.
Dicho genéricamente, nadie creyó que Yabrán podía haberse suicidado pero tampoco que lo hubieran asesinado. La certeza popular consistía en que el cadáver era de otro, y que el mafioso estaba a buen resguardo en algún lugar que jamás se revelaría. Aún hoy, a pesar de la certificación absoluta de que el muerto era él por obra de suicidio, hay gente creída de que el tipo anda por ahí, con otro rostro, disfrutando de una fortuna calculada en 600 millones de dólares. Son esos mitos y leyendas urbanas que siempre existirán, no sólo por la necesidad de funcionar como entretenimiento sino también porque suele no confiarse en el desquicio total de poderosos gigantescos.
Una
similitud con el caso de Nisman es que la duda central - o, quizá, mejor dicho,
la propagada - pasa por el cómo. Cuando Yabrán, se trataba de adivinar con quiénes
y de qué forma se las había arreglado para montar semejante simulación. Con el
fiscal, es lo mismo pero aplicado a terceros. ¿Cómo lo hicieron?
Pero
una de las diferencias sustanciales es el porqué. Yabrán estaba mediáticamente
cercado y a punto de ser detenido por ordenar el asesinato de José Luis Cabezas.
No había ninguna duda sobre los motivos de su accionar, cualquiera hubiere sido.
El porqué de la hasta ahora “muerte dudosa” de Nisman, en cambio, abre un
abanico de hipótesis entre el suicidio a secas, el inducido y el asesinato.
Sin
embargo, hay una diferencia más grande todavía. En los primeros momentos y días
posteriores a la muerte de Yabrán, debe admitirse que cualquier especulación
tenía su dosis de lógica. O de alguna verosimilitud. Pero respecto del fiscal,
es inconcebible desprender que alguien del Gobierno manda matar a un hombre que
a las pocas horas declararía en contra del oficialismo, nada menos que en el
Congreso Nacional y para producir el hecho del que casi toda la prensa estaba
pendiente.
Ese
raciocinio va incluso más allá de que las pruebas a presentar por Nisman eran y
son un mamarracho inclasificable, del que dieron cuenta con su mutismo los
propios juristas de la oposición. No se escuchó ni leyó que alguno de ellos
saliera en defensa del escrito del fiscal, porque profesionalmente es imposible
hacer eso con un documento que copia y pega testimonios incapaces de aportar
una sola prueba.
Este
comentarista no tiene intenciones de sumar sospechas a las incontables que
circulan. No quiere hacerlo ni en cuanto a sus presunciones personales ni en
torno de las que le surgen por las fuentes que maneja. Le interesa muchísimo
menos agregar o reforzar datos y deducciones periciales, incluyendo las más básicas
que brotan de la causa. Esto no es solamente porque ya tenemos demasiado con la
montaña de basura, relatos novelados, pseudoespecialistas y operadores que
fluyen a toda hora.
Por
cierto, hay también quienes encaran el tema con seriedad técnica. Muy pocos, si
es que hablamos del seguimiento periodístico de la causa propiamente dicha. Algunos
colegas de La Nación, Página 12 y Tiempo Argentino. Unos más en la radio; en
algún blog. Se hace difícil encontrar quién en la televisión, pero tal vez es
el prejuicio por el agotamiento y el rechazo que genera ese medio porque en él,
y en los foros de las redes, queda concentrado lo peor de lo peor.
Tenemos
que hablar puramente de política, entonces, porque todo el resto es jugar al
detective tocando de oído o simplemente admitir que hay esos pocos, mejores que
uno, para adentrarse en los vericuetos investigativos. O en las internas del
mundo judicial.
Abordar
sólo la política significa aplicarse a la data impresionantemente obvia que
emana de los hechos comprobados, porque es lo que permite discernir quiénes
juegan a qué en medio de esta tragedia.
Ha
debido ser la mismísima exesposa de Nisman, la jueza Sandra Arroyo Salgado,
quien rogó en el Senado contra la sobreexposición mediática del tema. Y lo hizo
en una audiencia pública convocada por la oposición, a la que le extendió las
generales de la ley por su manejo del suceso. Todavía no se sabe quiénes habrán
tomado nota de su pedido entre la dirigencia política, pero es seguro que hubo
oídos sordos en su comandancia mediática.
En
una columna de hace pocos días, uno de los editorialistas de Clarín empleó un
promedio de tres potenciales por párrafo para especular sobre cómo el Gobierno
empioja las cosas. No resistiría un examen básico en un periódico de barrio. Pero
esto no es periodismo. Contra ese tipo de negocio, político, arremetió la madre
de los hijos de Nisman.
Y en
cotejo contra actitudes como la de Jorge Capitanich, al romper un diario frente
a cámaras, hay una lista extensa de perversiones mucho más profundas, que
demuestran con objetividad aquello de quiénes juegan a qué.
Alberto
Nisman reportaba directamente a los servicios secretos de Estados Unidos e
Israel, a través de sus embajadas aquí y de la franja de los espías locales
encabezada por Antonio “Jaime” Stiuso.
Las
pruebas son abrumadoras y están publicadas en el Argenleaks de Santiago O’Donnell,
si es que no bastaba - y claro que no debía bastar - con que sus relaciones
eran conocidas y comentadas en voz alta entre el mundillo político y diplomático.
Las órdenes directas a Nisman eran no investigar la pista siria ni la conexión
local, y dar por cierta la culpabilidad iraní.
Llegó
a corregir un dictamen por exigencia de La Embajada, a la que le anticipaba sus
decisiones y a la que agotó con sus pedidos de disculpas por no advertir que
pediría la captura de Carlos Menem.
Un
fiscal que respondía a una potencia extranjera para que, hoy, otro grupo de
fiscales, algunos de los cuales afrontan denuncias y sumarios en causas que
incluyen el encubrimiento del atentado a la AMIA, convoque a una marcha en
asqueante nombre de la Justicia independiente y del esclarecimiento del crimen.
Ni
siquiera hace falta recurrir a la chicana fácil de que a los convocantes se
adosaron Luis Barrionuevo y Cecilia Pando, o un arco opositor prácticamente
completo que, a sabiendas de cómo operaba Nisman, jamás se escandalizó.
Por
supuesto que el Gobierno también sabía y dejó correr, hasta que el Memorándum
de entendimiento con Irán empezó a pudrir el escenario - digamos– con la línea
Stiuso que dirigía a Nisman. En lo sustancial, ése fue el umbral de los
carpetazos serviciales y operaciones de prensa que comenzaron a sucederse
contra el kirchnerismo. Lo novedoso no fue eso, sino la frecuencia y origen
preciso de los ataques.
Cristina
terminó por descabezar la cúpula de los servicios y encarar una reforma de su
funcionamiento, cuyo debate fue rehuido por la oposición. Su lugar no es el
Congreso. Ni la calle, salvo espasmódicamente. Son los medios.
Fue
falso que el memo con Irán contemplara precondiciones de impunidad y fue
comprobadamente ridículo que se tratara de conseguir petróleo. Fue falso que se
incrementaran las exportaciones con destino a ese país, en curva descendente
desde 2010. Fue falso que la Argentina solicitara la caída de las alertas rojas
para beneficiar a los iraníes acusados, según confirmó Interpol. Fue falso que
Sergio Berni hubiera llegado antes que nadie a la escena del crimen. Fue falso
que hubieran pertenecido a la SI los dos supuestos agentes denunciados en la
denuncia de Nisman.
Lo más
agotador no es esta lista incompleta de falsedades, sino el modo abierto en que
se es capaz de ignorarlas hasta el extremo de que otro fiscal opositor redobla
la apuesta. Gerardo Pollicita fue secretario del fiscal provincial Raúl Pleé,
uno de los convocantes a la manifestación del miércoles próximo y acusado por
el CELS y Memoria Activa de cajonear la citación de los imputados por
encubrimiento del ataque a la AMIA (la conexión local). Es el mismo Pollicita
quien cerró la causa de Gustavo Beliz contra Stiuso.
Su
pedido de investigación, bien que no imputación, era movida única. No podía
hacer otra cosa so pena de que el panfleto de Nisman se cayera. La lectura política
no es ésa, sino que la operación viene de atrás.
Podrá
ser ya un lugar común pero es muy difícil, a esta altura, resistirse a pensar
en la plena marcha de un golpe judicial, encabezado formalmente por la parte de
la Justicia, que afirma estar viviendo en una dictadura que la maniata. El
golpe mediático es aún más obvio. Y al económico tuvieron que dejarlo para más
adelante, porque el Gobierno contragolpeó bien, porque no les dio el piné y
porque, en todo caso, les resulta más funcional operar desde Comodoro Py.
La
opinión del firmante es que la frase de la Presidenta sobre la convocatoria
para el miércoles fue desafortunada, dado el muerto que hay mediante. Pero, por
fuera de la circunstancia, cabe acordar con que convocan al silencio porque no
tienen nada que decir, o porque no pueden decir lo que verdaderamente piensan.
¿A
qué llaman? ¿A que la Justicia actúe con las manos libres? ¿Más todavía?
El
fiscal Ricardo Sáenz, uno de los convocantes, es el jefe de Viviana Fein, quien
lleva adelante la causa. ¿Marcha para pedirse justicia a sí mismo?
No
es el esclarecimiento de la muerte de Nisman lo que hay de por medio. Es otro
golpe de una derecha insaciable. Inorgánico, pero golpe al fin.
Alberto
Nisman es la pantalla de una acción que se pretende desgastante, y que sólo
podría parangonarse con la rebelión gauchócrata de la 125. El Gobierno superó aquel
intento de 2008 con una iniciativa política y capacidad de movilización que
también trascendieron a la derrota de 2009. El escenario actual le sugiere la
misma receta.
