Es
casi un hecho que habrá que volver a pagar para ver fútbol. La decisión está en
sintonía con otras del Gobierno: se debe bajar el déficit fiscal a cualquier
precio.
Hay
una lógica en el Gobierno Nacional que parece irrefutable: hay que bajar el
déficit fiscal. Irrefutable porque, para la gente acostumbrada a manejar
empresas, si se gasta más de lo que ingresa, eso quiere decir que las cosas no
funcionan bien.
Dos
más dos es cuatro sostienen con la fría lógica de los números. Y si dos más dos
es cinco, eso quiere decir que estamos perdiendo uno. Entonces, hay que
achicar. A como dé lugar.
Las
tarifas de luz, agua, gas y transporte subsidiadas no podían seguir. Las
retenciones al sector agropecuario no podían seguir. Los impuestos a las
empresas mineras, no podían seguir. El cepo al dólar no podía seguir. La suba
gradual de dólar, no podía seguir. El desacuerdo con los fondos buitres no
podía seguir. La Argentina aislada de los mercados no podía seguir. El festival
de gente trabajando en el Estado, no podía seguir. El alto consumo interno, no
podía seguir. Las trabas a las exportaciones e importaciones no podían seguir.
La Ley de Medios no debía seguir. El alineamiento con los países del Mercosur y
la distancia con Estados Unidos no podían seguir. La frialdad con el Fondo
Monetario no podía seguir. El plan de desendeudamiento no podía seguir. El
programa Precios Cuidados no podía seguir. Tampoco Conectar Igualdad,
Progresar, Procrear, los controles a las inversiones financieras y otras
tantísimas cuestiones que se supieron construir durante una década. El
Matrimonio Igualitario sigue porque no genera gastos. Aunque habría que
pensarlo un poco…
La
fiesta tenía que terminar. Y alguien la debía pagar. ¿Se imaginan quienes?
Ahora
bien. Dejemos de lado la fenomenal transferencia de recursos hacia el sector
más concentrado de la economía que se está perpetrando y vayamos al grano. En
medio de este tembladeral, ¿alguien en su sano juicio podía pensar que Fútbol
para Todos iba a seguir? Si a Cambiemos no le tembló el pulso para modificar
cuestiones centrales y estructurales de la economía, ¿se imaginaban que el
Gobierno Nacional iba a pagar mil 900 millones de pesos para que la gente viera
fútbol gratis? Estaba más o menos claro que no.
La
cosa entonces está planteada de la siguiente manera:
* El
presidente de Boca, Daniel Angelici, presiona a sus compañeros de Comité
Ejecutivo para que la AFA rompa unilateralmente el contrato de Fútbol para
Todos con el Estado.
*
Angelici le quiere evitar a Cambiemos el costo político de terminar con el
fútbol gratis.
*
Algunos dirigentes (Luis Segura, Nicolás Russo y Matías Lammens, entre otros)
se resisten porque, dicen, para romper el contrato deberían tener ofertas
concretas.
* El
Gobierno ya les hizo saber a los dirigentes que tienen una muy buena oferta de
Turner (2 mil 500 millones de pesos por año, ajustables por inflación) por un
contrato de 10 años, con la promesa de mantener hasta 2019 el fútbol en TV
abierta. Luego de 2019, los que quieran ver fútbol deberán pagar.
*
Pero los dirigentes de AFA le vieron la parte de león al asunto. Y ahora
especulan con hacer una licitación pública porque, dicen, también tienen
ofertas de Fox, Artear, IMG y Mediapro.
*
Según dijo Russo, el presidente de Lanús, los dirigentes creen que el fútbol
argentino se debería vender por 300 millones de dólares. Es decir: 4 mil 500
millones de pesos. Aclaramos por si alguien no entendió: no hay ninguna chance
de que alguna empresa pague semejante cantidad de plata si no se le libera hoy
mismo la posibilidad de cobrar abonos para recuperar el dinero. Bah… para
recuperar nada más, no. Para ganar fortuna.
Nos
gustaría poner en duda aquella sentencia mencionada líneas arriba sobre que la
fiesta tenía que terminar y que alguien la debía pagar. ¿Por qué la ponemos en
duda?
Porque
nos preguntamos: ¿cuál es el rol del Estado? ¿Qué cierren las cuentas o que la
gente la pase bien? ¿Los números deben cerrar sí o sí para que se ponga feliz
quién? ¿La macroeconomía está por encima de los habitantes de un país? Acaso,
eso que se llama déficit fiscal, ¿no puede ser considerado inversión
pública? La diferencia no es sólo
semántica, es ideológica.
Ya
nos imaginamos las respuestas. Eso es populismo. Y no dicho en forma virtuosa
sino peyorativamente. Porque mucha gente cree que el ordenamiento de las
finanzas públicas debe estar por encima de todo.
Básicamente
es lo que nos venden muchos economistas profesionales, todos ellos enrolados en
diferentes corrientes liberales. Para ellos, los mortales somos una variable de
ajuste. Lo único que importa es que la empresa (en este caso el país) deje de
tener los números rojos y que cuando llegue fin de año, podamos inflar el pecho
y decir orgullosos que la economía creció un 5 por ciento, que la balanza
comercial está equilibrada, que ingresó más plata de la que salió y que ahora
sí somos un país competitivo.
Si el precio es que mucha gente se quede sin trabajo, que la
miseria y pobreza de multiplique o, para ponernos más frívolos, que el fútbol
lo puedan ver sólo aquellos que tienen plata, todo está ok. Son daños
colaterales que debemos afrontar para considerarnos un país próspero, del
primer mundo, con las puertas abiertas para que lluevan las inversiones de aquellos
que después se van a llevar la plata a sus países de origen sin dejar un mango
partido al medio.
No
hay alternativa, nos dicen. Parafraseando aquella falsa opción que acuñaron
Margaret Thatcher y Ronald Reagan cuando el comunismo se caía a pedazos y el
mundo dejaba de ser bipolar para convertirse en una selva capitalista (“There
is no altenative” o “TINA”, para los perezosos).
Allá
por principios de los 90 se usaba esta expresión para que entendiéramos
cabalmente que el mercado, el capitalismo y la globalización eran fenómenos
necesarios y beneficiosos y que cualquier otro concepto estaba destinado al
fracaso.
Hoy
parece que estamos parados en el mismo lugar. No hay alternativa, nos dicen.
Ergo: el fútbol va a ser pago. Y seguramente ese será el menor de los problemas
que los argentinos afrontaremos en los próximos años.
MARIANO
HAMILTON
REVISTA
UN CAÑO
